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martes, 4 de noviembre de 2008

USA y Dios en víspera electoral

ÁNGEL AZNÁREZ NOTARIO

En esto de las relaciones entre la religión y la política acontecen cosas raras, muy raras. Resulta acreditado que la mayor parte de estadounidenses/as son de profunda religiosidad, creyentes en Dios o en todo tipo de dioses y, no obstante lo cual, han sido los únicos capaces en separar, incluso con radicalidad, eso, el Estado y la religión. Aquí, en Europa, pasa justamente lo contrario; siendo el ateísmo en masa un fenómeno esencialmente europeo, resulta que somos incapaces de separar lo religioso y lo político. En Italia y en España, por supuesto, que es imposible, y en Francia, Sarkozy, canónigo de la romana catedral San Juan de Letrán a pesar de estar casado tres veces, tres, lo intenta de nuevo con eso tan estupendo, llamado laicidad positiva. Resulta que allí, en América, siendo tan religiosos, no toleran la confusión entre lo de Dios y lo del César, y que aquí, en Europa, tan ateos, lo tenemos todo mezclado y con barullo, creyendo hasta lo increíble.

Quedémonos en los USA, que de eso vamos a tratar. Aquella rareza, la de la separación radical, tiene sin duda explicaciones o causas profundas, posiblemente genéticas. Es muy peculiar que en el complejo proceso de fundación de los EE UU, allá a principios del siglo XVII, los primeros colonos o fundadores de la Nueva Inglaterra fuesen unos peregrinos o Pilgrims, que allí llegaron agazapados en la pestilente y pestífera bodega del barquito «Flor de Mayo» o «Mayflower». Pero, atención, no eran unos peregrinos cualesquiera, eran religiosos a rabiar y puritanos -hoy llamaríamos fundamentalistas-, que huían del tejemaneje que se traían la Corona y el arzobispo de Canterbury. Puritanismo y amor fraterno que no impidieron a los tales peregrinos, nada más llegar, robar a los indios nativos y zurrarles sin misericordia; sabido es que el puritanismo y la hipocresía casan muy bien, pues siempre ocurrió que a mayor puritanismo, mayor es la hipocresía.

Esto de que un Estado, en este caso nada menos que los USA, tenga fundación por peregrinos o Pilgrims es muy original, sin precedentes en la ciencia política. Esa originalidad me interesó tanto, que hasta hice trabajos de campo, subiendo al Bierzo o al Alto del Cebreiro para entrevistar y preguntar a los peregrinos con la pinta más estrafalaria que se dirigían caminando a Santiago de Compostela, siendo muchas, muchas, las locuras que anoté, sin resquicio para una mínima sensatez.

Pero de la locura inicial (a principios, más o menos, del siglo XVII) a la Declaración de la Independencia (1776) y a la Constitución (1787), mucho cambió y algo muy importante ocurrió, acaso una mutación genética. Esos dos documentos no se entienden si se desconoce, de una parte, la inteligencia de sus redactores, los verdaderos Padres Fundadores, encabezados por Jefferson, y, de otra parte, el fenómeno de la Ilustración o de las Luces, pero no de la Ilustración francesa y volteriana, sino la inglesa y escocesa, denominada Enlightenment, con pensadores pragmáticos y sabios como Locke, Paine y Bentham, entre otros. Fue Locke el que elevó la conciencia (mind) a la esencia de la persona; por eso en sus «Letters on Toleration» (1667), escritas en latín, señala que el poder de los magistrados y políticos ha de ser sólo para preservar la paz de los hombres en la sociedad y nunca la fe, que es asunto de conciencias, teniendo, en consecuencia, los gobiernos civiles y eclesiásticos fines contrapuestos.

Con esos fundamentos no es extraño que Thomas Jefferson, que fue el principal redactor de la Declaración de Independencia, escribiera «el muro que ha de separar la Iglesia y el Estado», y no es extraño que a la Constitución de 1787 se la haya calificado de monumento al agnosticismo religioso o Constitución «sin Dios» -la única referencia a la religión está en el artículo VI, si bien de manera negativa, para prohibir la exigencia de profesión religiosa como condición de aptitud para el ejercicio de cargo público-. Por si eso no bastare, la primera Enmienda (Amendment) se expresa con contundencia: «El Congreso no hará ninguna ley relativa al establecimiento de una religión o que prohíba su libre ejercicio». Y aquí procede una alabanza a esa Constitución, que en su origen sirvió a tres millones de norteamericanos y que ahora sigue sirviendo a trescientos millones de norteamericanos. Una Constitución que, técnicamente, nunca ha sido revisada, sino sólo enmendada (en total llevan 27 enmiendas), técnica que es producto de la ingeniosidad de los juristas americanos, que tan poco tienen que ver con nosotros, juristas herederos de la Roma Imperial, de la Revolución francesa y, con algún resabio, del Derecho Canónico.

Teniendo clara la separación desde la raíz de la Iglesia y del Estado en los Estados Unidos, así como la religiosidad del pueblo norteamericano -en inglés las palabras laicismo y laicidad, que aquí tanto atormentan, es que ni existen-, se comprenderán mejor anécdotas tales como el «In God we trust» (leyenda del dólar), que los presidentes juren su cargo ante la Biblia y que Dios esté en tantas bocas. El que dijo que las religiones son cosa de pobres y de ignorantes, cuanto más pobres e ignorantes más religiosos, bien se equivocó o bien se olvidó de hacer una excepción: Norteamérica.

Y ahora una pregunta de actualidad: ¿cuál es el papel que desempeña la religión en el proceso electoral para la designación de presidente de los EE UU? La respuesta ha de ser variable, con mucho depende. Mucho más en el período de «primarias» que a partir de la designación por los partidos políticos de sus respectivos candidatos el 28 de junio. En las «primarias» los candidatos hacen confesión de su fe; en las últimas el mormón Mitt Romney y el baptista Mike Huckabee parecían tele-predicadores y, curiosamente, los candidatos más religiosos fueron los más barridos y descartados primero, ganando los menos religiosos como McCain y Obama (hasta la Hillary Clinton hizo ostentación de su fe metodista). Eso, la derrota de los más religiosos, forma parte de la lógica de la naturaleza humana que aborrece los excesos, incluso los religiosos, pues un exceso de religión acaba matando la religión misma. Ya en la recta final, desde junio a noviembre, unas veces la religión es muy importante como en la reelección de Bush en 2004, y otras veces es escasa, como escasa va a serlo en la elección de hoy. Cuando el dólar y la situación económica preocupan tanto como ahora, preocupan más que Dios.

Analizar la religión y la vivencia religiosa en América es complejo y muy diferente respecto de Europa, con una importancia allí grande de las llamadas «iglesias negras» (gran apoyo para Obama) y de variopintas sectas. Viniendo de muy atrás, con Bush adquirió gran importancia la denominada «derecha cristiana» o evangelista, denunciadora de lo que llama el declive moral (moral decay) de la sociedad americana y el relativismo, por haber rechazado a Dios. Como prueba de ello sitúan el aborto, la pornografía, el matrimonio gay y el evolucionismo de Darwin frente al «diseño inteligente» de Dios en seis días (creencia en la literalidad de la Biblia). Representantes de esa derecha cristiana y fundamentalistas, muy vinculados al Partido Republicano, han predicado y predican maravillas, que recuerdan, por cierto, mucho a algunos predicadores muy españoles y muy castizos.

Así, John Whitehead habló de un apartheid religioso de los cristianos; Pat Robertson comparó a los cristianos con las víctimas del Holocausto; David Limbaugh denunció que se quisiera borrar a los cristianos de la vida pública. Bush, nacido de nuevo a la fe (born again), fue el jefe y escudero de todos ellos. Habiendo podido mucho, incluso las matanzas en Irak no consiguieron que triunfase del todo su nueva interpretación jurídica de la primera Enmienda para acabar con la separación entre Dios y el César, reinterpretando al mismo Jefferson. Las sentencias Rosenberger v.University of Virginia (2005) y Zelman v.Simmons Harris (2002) de alguna manera parecen darles la razón, separándose de la doctrina jurisprudencial tradicional que siguió la radical separación constitucional entre la religión y la política. Disgusto máximo tuvieron los evangelistas con la sentencia de 2004 del Tribunal Federal de Massachusetts, que admitió el matrimonio de personas del mismo sexo, con argumentos de cambio social y ampliación de derechos.

El politólogo Denis Lacorne, en su estudio «Una laicidad a la americana», aparecido en el último número de «Études» del pasado mes de octubre, en referencia ya a la población americana de 2008, cifra en un 24% el número de católicos, frente al 51% el de protestantes y 16% el de ateos. El catolicismo en Norteamérica siempre ha sido visto con gran prejuicio, por creerles enemigos de la separación entre política y religión y también por creerles influenciados por ese Estado extranjero, que es el de la Ciudad del Vaticano. Al católico Kennedy eso le costó sudores y antes de ser presidente tuvo que desmentir sus vinculaciones con el Vaticano. La periodista Sarah McClendon, en su libro «Mis cincuenta años de trabajo en la Casa Blanca», publicado en Los Ángeles en 1996, escribe (página 74) lo siguiente: «Conocí a una sobrina del Nuncio del Papa en Washington, que vivía con él en los años de la Administración Kennedy. Ella me contó que Kennedy llamaba a su tío, el Nuncio, con asombrosa frecuencia, solicitándole información del Vaticano útil para él y orientación espiritual».

Ahora parece que los obispos norteamericanos comparten lo de la decadencia moral y el relativismo, también moral, de los que tanto han hablado los evangelistas y los republicanos y como queriendo distanciarse de sus tradicionales aliados, los del Partido Demócrata; eso no tiene mucha importancia, pues a los obispos americanos apenas se les hace caso. El Papa, en el ángelus del pasado domingo, pidió rezar por los masacrados católicos caldeos de Irak, y de eso, con su invasión, tienen la culpa Bush y el Partido Republicano, a los que el mismísimo Vaticano advirtió, allá a principios de 2003 -es posible que los obispos americanos ni oigan ni escuchen los angeli papales-. En todo caso, la autoridad y prestigio de la jerarquía católica norteamericana están muy mermados por los delitos de pedofilia, cometidos, más a miles que a cientos, por una parte del clero católico, habiendo tenido, incluso, que «extraditar» y esconder al cardenal Law, de Boston, en alguna cueva del Vaticano. Eso no lo supera ni el genial novelista francés André Gide.

Porque la «América profunda» es muy profunda (la intelectualidad y las élites lo son menos), lo imprevisible es siempre posible, y porque el sistema americano de elección de presidente es muy complejo, de representación indirecta (a través de los estados y con variables como el número de población), con el sistema winner takes all siempre hay margen para las sorpresas. Es cierto, no obstante, que la explosión de las crisis financieras y económicas silenciaron los discursos de la ultraderecha cristiana y de los ultraliberales republicanos, dejando en muy débil posición a McCain, el de las paperas crónicas. Que un mestizo como Obama, después de tanto Bush, pueda llegar y llegue como llegará a la presidencia ¡Mr. President! siendo hijo de padre negro, muy negro, de Kenia y, sobre todo, con un apellido tan musulmán como Hussein, sólo puede ser obra de Dios o de su competidor, el Maligno cornudo. ¡Ay, ay, ay, si los puritanos y blancos Pilgrims levantaran cabeza!

Fuente: La Nueva España -

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TRABAJO CIENTÍFICO DEL DR. GUILLÉN TAMAYO - PERÚ

"Con valiente pluma y decidido entusiasmo difusor cuanto que científico, el médico Héctor Guillén Tamayo aborda el tema de las sectas a las que sindica como un asunto –mejor dicho problema- no exclusivamente religioso.

Hay pandillas que actúan como lo hacen las más vulgares y criminales mafias del mundo: se hacen de propiedades por métodos innobles, idiotizan poblaciones completas, enajenan patrimonio en nombre de creencias todas plenas en superchería y, lo que es más terrible, envilecen cerebros juveniles, les convierten en mercenarios contra sus padres o parientes, patria o tradiciones y no hesitan en ingresar a la política vía la educación (¿cuántas universidades reconocen los fondos de las sectas?) sino que son compañeros de ruta de cuanta privatización exista mientras, eso hay que decirlo, aquello convenga a los protervos fines que persiguen de dominación ideológica y doctrinaria.

Guillén ha hecho de esta prédica que desenmascara a los facinerosos de estas taifas, un apostolado misionero. Le acompañamos en su trayecto y deviene tarea ineludible hacer de conocimiento del culto e interesado público de este magnífico estudio. Leamos. (hmr)."

Sectas, un problema no sólo religioso (para leer directamente y bajar - Power Point)

CÓMO SER UN LÍDER DE SECTAS (¡FACILÍSIMO!)